A Amancay Urbani es fácil reconocerla adentro de una cancha. Si nos basamos en su estilo futbolístico, se caracteriza por su rapidez con la pelota: “Me considero muy veloz y es ahí donde puedo hacer la diferencia en un fútbol femenino donde la velocidad no es tan característica”. Si nos quedamos con su cábala, es la que juega con los pantalones arremangados y las medias por encima de las rodillas.

Hace siete meses llegó a Vitoria, España, para jugar su primera temporada en el fútbol europeo: “Tenía ganas de jugar en el exterior. Así que me armé un currículum, un vídeo y se los mandé a varios clubes”. Alavés fue el primero en mostrar interés y ella, sin analizar el resto de las propuestas, se quedó con aquel club. No le atrajo la plata, sino el entusiasmo de que ella formara parte del proyecto.

Maky –como la conocen sus amigos y su familia– nació en 1991 en Moussy, al norte de la provincia de Santa Fe. Como la mayoría de las chicas de la selección argentina, creció jugando al fútbol con varones. La diferencia con el resto, quizás, tuvo que ver en que era ella la que armaba los equipos para jugar cada tarde en su barrio. A la hora de la siesta, junto a su hermano y su primo, tocaba el timbre de las casas e invitaba a sus vecinos. Fue así que creció, con la pelota en los pies, desde que tiene uso de razón. La tercera de cinco hermanos siempre sintió el apoyo de su familia en lo que al fútbol refiere y eso le permitió seguir adelante cuando la burocracia, el amateurismo y la falta de proyecto en el fútbol femenino argentino la quisieron alejar de la pelota.

A los 12 años, José Luis Magnao la vio en Moussy y la sumó a Futuro Reconquista. No era un club, si no un equipo que salía de gira por el país. En los Juegos Nacionales Evita 2005 fueron invitadas a jugar un amistoso con la selección en el predio de la AFA con el objetivo de mirar jugadoras. Ahí llamó la atención de la selección y a los 14 años debutó en el Mundial Sub 20 en Rusia. Jugó algunos minutos contra Estados Unidos y fue la jugadora más joven en participar del torneo.

A los 20 años, le llegó la oportunidad de la UAI Urquiza después de estar estudiando el Profesorado de Educación Física en Santa Fe capital. Fue su primer club y su primera experiencia fuera de Santa Fe. Cuando Amancay llegó, la UAI no era lo que hoy es, uno de los equipos más reconocidos a nivel fútbol femenino: “Durante aquellos años se armó un grupo espectacular de jugadoras y de la mano de Diego Guacci salimos campeonas en un torneo dominado por los grandes clubes como River y Boca. Dejamos la vida y el alma. Desde ahí el club empezó a crecer”.

Y así como ocurrió hace unos días con Macarena Sánchez, la UAI frenó su carrera. Durante los dos años en los que estuvo en el club de la provincia de Buenos Aires, jugó y trabajó para la UAI. Claro que no trabajó de jugar, si no como secretaria en la recepción odontológica de UAI Hospital Universitario. “Después de dos años de darlo todo, sentí que el fútbol no me estaba dando lo mismo. Así que decidí irme a Córdoba a estudiar Kinesiología. Fue ahí cuando la UAI Urquiza me comunicó que no me iba a dar el pase para jugar en otro lugar”, recuerda. Durante dos años, Amancay se entrenó en Belgrano de Córdoba sin poder participar en el torneo de la Liga cordobesa. Recién en 2016, pudo sumarse definitivamente a Belgrano y, dos años después, dar el salto al fútbol europeo.

“En España, te enseñan todos los días. Te enseñan estrategia, táctica, a pensar. Su fútbol femenino está creciendo. En Argentina, muchas veces te tiran la pelota y una se las tiene que ingeniar”, cuenta. Probablemente, ese ingenio las llevó a las jugadoras argentinas a plantarse frente a los dirigentes de la AFA en la Copa América 2018 y reclamar aquello que les corresponde.

La foto del equipo haciendo el Topo Gigio marcó un punto de inflexión: “Queríamos ser escuchadas. Existían muchas cosas que nos hacían ruido. Por ejemplo, muchas selecciones ya habían arreglado el premio que les correspondía por parte de la FIFA en caso de clasificarse al Mundial. A nosotras, nadie nos había venido a hablar de ningún premio. ¿Qué hacían con esa plata si no era para nosotras? ¿Se la quedaba algún dirigente?”.

Amancay remarca que el gesto de llevarse la mano a la oreja nació en el vestuario, después de tirar varias propuestas: salir con algún mensaje debajo de las camisetas o taparse el escudo de la AFA habían sido las otras opciones. Eran varios los puntos que se reclamaban: derecho a dejar de ser amateurs en un espacio de exigencia profesional, derecho a contar con formación en las divisiones juveniles, derecho a tener canchas decentes para entrenar, derecho acceder a indumentaria y calzado adecuado, derecho a cobrar (mínimamente) viáticos por ser las representantes del fútbol de Argentina disputando una Copa América; derecho a tener representatividad en la Comisión Directiva de la Asociación del Fútbol Argentino; derecho a la prevención y sanción de episodios de violencias de género dentro de los clubes.

En conclusión, derecho a estar organizadas, a ser escuchadas, a dejar de ser invisibilizadas. “Muchas veces, no se dan cuenta del esfuerzo que hace una para poder jugar porque nosotras no vivimos de esto, sino que lo hacemos por pasión. Y cuando reclamamos no pedimos igualdad económica, simplemente el respeto y el reconocimiento que nos merecemos. Por ejemplo, jugar 45 minutos cada tiempo y que haya 3 árbitros por partido”, dice.

Poco menos de siete meses pasaron entre aquella foto y el repechaje que jugaron para el Mundial 2019 al obtener el tercer puesto en la Copa América. Aquello que pedían, no llegó desde la AFA, pero sí desde las 11500 personas que llenaron la cancha de Arsenal en el partido de ida. Ese día, ganaron 4-0 y convirtieron el estadio Julio Humberto Grondona en una fiesta. En poco menos de siete meses, lograron que las escucharan, pero también que se las reconociera y se las acompañara: “La cancha llena y el apoyo de la gente fue un premio en un país donde, en el fútbol, las chicas damos todo sin recibir nada a cambio”.

Durante este primer semestre, Amancay tiene el desafío de ascender con Alavés a Primera. Es posible, está en el pelotón de arriba. Y, a mitad de año, participar de su primer Mundial con la selección mayor argentina en Francia. Cuando el 10 de junio, Argentina debute con Japón, habrá que buscarla con los pantalones arremangados y con las medias por encima de las rodillas, tirarle la pelota al vacío para que haga lo que mejor sabe hacer: correr con la pelota en sus pies.

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