Logroño perdía 0-2 frente al Sevilla cuando la cinco del equipo local se tiró de cabeza a trabar. “Vanesa es una valiente. Si tiene que ir con la cabeza y rompérsela para ganar una pelota, se la rompe”, gritó orgullosa una señora de unos 50 años que estaba viendo el partido. La cinco que aquella mañana en el Estadio Las Gaunas de Logroño dejaba su cuerpo en cada disputa era Vanesa Santana.

–A veces, me considero una Mascherano –me dice entre risas porque sabe que es una jugadora fuerte, aguerrida.

No por nada, la hinchada de Logroño la aplaude cada vez que se tira al piso a disputar una pelota. No por nada, la hinchada enmudeció en aquel encuentro contra el Sevilla cuando Vanesa estuvo tirada unos cuantos minutos al borde de la cancha después de que un pelotazo la dejara sin aire.

–Lo que pasa es que hace unos años me fracturé la costilla. Cada vez que recibo un pelotazo en la zona, todavía me cuesta recuperar el aire.

Vanesa llegó a Logroño en septiembre de 2018. Cuatro días de entrenamiento le valieron para ganarse la titularidad en el equipo. Durante su primera temporada en la Liga Iberdrola, fue elegida como mejor jugadora de la séptima fecha y, en un partido clave por el descenso, metió el gol de la fecha al clavar un golazo desde afuera del área para poner el 1-0 parcial contra el Madrid CFF.

–Si bien soy una jugadora defensiva, trato de llegar al área– se define.

Venesa nació hace 28 años en Ciudad Celina y es la menor de cinco hermanos. A los 4, ya jugaba al fútbol en la liga del barrio José Hernández, en el centro neurálgico de la provincia de Buenos Aires. Muchas veces, para poder participar de los partidos a su corta edad, usaba el documento de una de sus hermanas mayores. Hasta los 12, participó en la Liga de La Matanza en un torneo masculino gracias a una reunión entre padres y técnicos en la que se charló y se aprobó su participación.

Como su mamá María Elsa trabajaba y su papá siempre estuvo ausente, no tenía quién la llevara a los entrenamientos.

–Durante aquellos años, cuando iba a los entrenamientos, yo era la única chica. Si bien las mamás me cuidaban, muchas veces las madres de mis compañeros y mis compañeros me dejaban a cinco cuadras de mi casa y me decían “corré a tu casa”. Yo corría y gritaba “mami, llegué”. Después, cuando crecí y arranqué en Boca, empecé a viajar sola.

–¿Y a Boca cómo llegaste?
–Un día mi mamá fue a la Bombonera y en la puerta le preguntó a los de seguridad si existían pruebas para fútbol femenino. Fue así que, cuando tenía 14 años, me llamaron y arranqué. Jugué en Boca hasta el 2016.

–¿Por qué Boca?
–Soy hincha. Amo a Boca –me dice, aunque su sonrisa al hablar del club hubiera sido suficiente como respuesta.

Aquel mito que circula sobre el jugador bostero que se caracteriza por dejar todo en la cancha, luchar en cada pelota y jamás darse por vencido, es la imagen que describe a Vanesa a la perfección. No es casualidad dónde creció ni de dónde salió. Aquellos años en Boca reforzaron la personalidad de la cinco. Dos horas de viaje en bondi para ir a entrenar, lesiones y trabajar por fuera del entrenamiento para cubrir otros costos, acentuaron la guerrera que lleva adentro.

Amo el fútbol. Y así juego, así lo vivo. Lloro cuando ganamos, lloro cuando perdemos, pero nunca bajo los brazos.

Esa personalidad llamó la atención, primero, de Estudiantes de Guárico de Venezuela, que la fichó en 2016 como refuerzo para la Copa Libertadores.

Venezuela es un país donde al fútbol femenino se le da mucha importancia. Tienen grandes jugadoras y si no fuera por la crisis económica que está viviendo, sería uno de los grandes países a nivel fútbol femenino.

Meses después, volvió por poco tiempo a Boca porque su ex compañera y capitana de Atlético Huila, Carolina Pineda, la recomendó para jugar junto a ella en el medio del equipo colombiano.

–La conocí durante una competición. Me llamó y me dijo que le encantaría que formáramos dupla en Atlético Huila. Le parecí la persona ideal para complementarla en el medio de la cancha.

La recomendación de la capitana fue clave para su llegada al equipo “Opita”. Y en su primer año, logró el subcampeonato de la primera Liga Profesional de Colombia en 2017. Aquella final frente a Santa Fe se jugó en el estadio El Campin de Bogotá frente a 34 mil hinchas, asistencia récord a nivel mundial en aquel momento en un partido entre dos equipos femeninos de fútbol a nivel clubes.

–Si bien perdimos, Colombia fue una experiencia muy importante para mí. Jugar frente a 34 mil hinchas fue algo único en aquel momento. La Liga colombiana es muy profesional. Todas las jugadoras tienen contrato, tiene un tope mínimo de sueldo que ronda los 400 dólares, pero el principal problema es que dura muy poco.

Después de aquel subcampeonato, Santana pasó a América de Cali para jugar la Liga Profesional de Colombia 2018.

–Siempre dije que América me devolvió las ganas de jugar y de vivir tranquila. Ellos me querían hacer un contrato para que me quedara ayudando en la escuelita de formación y, mientras tanto, participar de algunos amistosos porque la Liga Profesional arranca en junio y dura hasta noviembre. Les agradecí, pero les dije que no. No puedo estar seis meses sin jugar. Yo quiero mantenerme en competición para la Selección. Así que, en aquel momento, a mediados de 2018, hablé con la UAI Urquiza, pero me salió venir a Logroño y acá estoy.

En 2018, Vanesa jugó en Colombia, dio el salto a Europa y jugó en la cancha llena de Arsenal de Sarandí, donde la Argentina dio un paso importante para clasificarse al Mundial de Francia 2019. Dentro de la Selección, es una de las jugadoras con mayor experiencia. Es la dueña del mediocampo y, como ya se atreven a decir algunos en España, es para Logroño y la Argentina lo que Sergio Busquets es para el Barcelona y España.

Estoy muy contenta por el paso que se dio en Argentina con la profesionalización del fútbol femenino. Feliz por todas las jugadoras argentinas que soñamos con este momento y aportamos un granito de arena por esta realidad.

–Ya sabés. Cuando vuelvas a la Argentina, vas a ser parte de una Liga Profesional. La Bombonera te espera… –le digo mientras hago una pausa para hacerle la última pregunta mientras caminamos por las calles de Logroño con el Estadio Las Gaunas de fondo– . ¿Qué sentiste cuándo te enteraste de que tus compañeras iban a jugar en la Bombonera?

Mientras le hacía la pregunta, me resultó fácil imaginar su respuesta. Simplemente, porque me imaginé aquello que hubiera ocurrido si todavía Vanesa jugara en Boca: tras cada barrida, tras cada pelota robada, en La Boca hubieran dicho lo mismo que dijo aquella señora en Logroño, hubieran hecho lo mismo que hacen los hinchas españoles cada fin de semana que juega: la hubieran ovacionado y la hubieran aplaudido.

Vanesa me miró y, confirmando aquello que había imaginado, me dijo con una leve carcajada: “Me quiero matar”.

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